El Evangelio Eterno

Jesucristo es el evangelio de Dios. Él conquistó la muerte y todo mal con su gran amor demostrado en la cruz. Todo el que cree en él para salvación recibe gratuitamente los logros de su gran victoria sobre el pecado y la muerte. Pasamos eternamente de muerte a vida. ¡Alabado y glorificado sea el nombre del Señor Jesús!

Nombre: www.exadventista.com
Ubicación: United States

martes, octubre 02, 2007

EL SÁBADO: ¿SELLO DE DIOS? O “JESÚS, EL SÁBADO DE DIOS”

Participo en el ministerio www.exadventista.com. Recibimos muchos correos tocante a la doctrina de los adventistas del séptimo día. Este correo y su respuesta es tocante al tema de la observancia del sábado.

Haroldo: le reenvío este mail para que me aclare este punto,sobre la
santificación etc.El pastor Steiger escribe en la revista adventista y le
escribí porq mi tía quería una respuesta de un "especialista" en la Biblia
y que esté en la iglesia.
Atte. Patricia Quijada.
Nota: Se adjuntó el mensaje reenviado.



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---------- Mensaje reenviado ----------
From: "Carlos Steger"
To: "patricia Quijada"
Date: Mon, 24 Sep 2007 12:23:58 -0300
Subject: Re: pregunta biblica

Apreciada hermana en Cristo:

No hay contradicción entre los dos conceptos que usted menciona. El Espíritu Santo es el agente sellador, mientras que la observancia del sábado es una evidencia visible del sellamiento.

La observancia del sábado es una señal de nuestra lealtad a Dios y de la santificación que el Señor obra en nosotros (Eze. 20:12). Note que en este texto el sábado es llamado una "señal" de un proceso interior que es la santificación. Dios nos santifica mediante la obra transformadora del Espíritu Santo en nuestras vidas. La santificación es obedecer plenamente a Dios. El sellamiento abarca todos los aspectos de la vida, mostrando que obedecemos todos los mandamientos de Dios. Pero en el tiempo del fin, será notoria la diferencia entre los que obedecen a Dios y los que no lo hacen particularmente en relación con el cuarto mandamiento.

El sábado no es una señal de pertenencia al pueblo judío, porque el sábado fue establecido en la creación cuando no existía todavía el pueblo judío. De la misma manera que los nueve mandamientos restantes son válidos para toda la humanidad (pues matar o adulterar es malo independientemente de si uno es judío o no).

Espero que esta breve explicación le resulte de ayuda. Que el Señor la bendiga en todo. Reciba un cordial saludo,

Carlos A. Steger

----- Original Message -----

From: patricia Quijada

To: carlos.steger@aces.com.ar

Sent: Wednesday, September 05, 2007 11:17 AM

Subject: pregunta biblica

Hermano :Aparte de saludarlo cordialmente me gustaría que me aclarara
la siguiente inquietud.
Porqué se me ha enseñado en la iglesia,a la que asisto desde niña ,que
el sábado es el sello de Dios y será nuestro distintivo(sello) que nos
diferenciará de los que tengan la marca de la bestia(domingo) si en el
nuevo testamento dice que los cristianos estamos sellados con el
Espíritu Santo?Efesios 1:13-14,Ef 4:30,2º Corintios 1:22, en ninguna parte he encontrado que somos sellados por el sábado.(me refiero a los que recibimos
a Jesús como nuestro Salvador y no al pueblo Judío).
Esperando su respuesta.
Atte. Patricia Quijada.

RESPUESTA A LA HERMANA PATRICIA DE WWW.EXADVENTISTA.COM:

Apreciada hermana Patricia,

Gracias nuevamente por comunicarse con nosotros aquí en
www.exadventista.com. Es un privilegio único y precioso compartir la gracia de nuestro Señor Jesús con usted y los suyos.

Mi respuesta tendrá 5 partes:

1) La clave para entender las Escrituras que dio Jesús

2) El sello de Dios según Efesios 1:1-14; Efesios 4:20-32; 2º Corintios 1:19-24

3) La diferencia entre “sello” y “señal” en el Antiguo Testamento

4) ¿Qué tal si el sello de Dios fuera el sábado?

5) Jesús, el sábado de Dios

Me he dado la libertad de contestarle con un estudio a fondo, pues puede ser de ayuda para otros. De antemano gracias por leerlo atentamente, pues en estas cosas los creyentes de Berea nos dieron el ejemplo. Ellos estudiaron diligentemente las Escrituras para ver si estas cosas eran así (Hechos 17:11). Mis comentarios son de menor importancia. Por eso le recomiendo que cuando usted vea un pasaje bíblico en este estudio, lo lea, y lo escudriñe para ver su significado a la luz de la clave que dio Jesús para entender las Escrituras.

1. La clave para entender las Escrituras que dio Jesús

El Señor Jesús estableció su iglesia sobre el firme y eterno fundamento de su sacrificio. Ese sacrificio es el tema de todas las Escrituras. Decimos eso no por interpretación nuestra sino porque fue el mismo testimonio del Señor Jesús después de su resurrección de los muertos, victorioso como nuestro Salvador.

Y él les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliesen todas las cosas que están escritas de mí en la ley de Moisés, y en los profetas, y en los salmos. Entonces les abrió el sentido, para que entendiesen las Escrituras; Y díjoles: Así está escrito, y así fué necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; Y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las naciones, comenzando de Jerusalem. (Lucas 24:44-47).

No podemos pasar apresuradamente por estas palabras. Esta declaración de Jesús a sus discípulos es la clave para entender las Escrituras. Todas las Escrituras. El que habla es Jesús, resucitado de los muertos, el que llevó nuestros pecados sobre su cuerpo a la muerte y luego resucitó victorioso sobre toda condenación. No hay mayor autoridad sobre las Escrituras que Jesús, el Hijo de Dios, resucitado de los muertos. Él es la Palabra de Dios (Juan 1:1).

No hay que subestimar estas Escrituras o restarles importancia.

Jesús dijo que todo lo que hay en el Antiguo Testamento: en la ley de Moisés, en los profetas, y en los salmos se cumplió con sus padecimientos, muerte, y resurrección para que en su nombre se predique el arrepentimiento y remisión de pecados.

Esta clave dada por Cristo para interpretar las Escrituras no se nos enseña cuando somos adventistas.

Fíjese usted hermana que Jesús NO dijo lo siguiente:

Que era necesario que yo confirme todo lo que Moisés, los profetas, y los salmos dijeron de ellos mismos y de sus escritos.

Jesús no vino a decir: “¡Guarden a Moisés! ¡Obedezcan a los profetas! ¡Apréndanse los salmos!”

Jesús no les abrió el sentido para que entendiesen las Escrituras diciendo: Que era necesario que él señalara a la vida de Moisés como la ejemplar, que acatáramos las reprensiones de los profetas, o que meditásemos en los salmos, o que sufriéramos como Job, para que haciendo estas cosas nos arrepintiéramos y obtuviéramos el perdón de los pecados.

No. Él dijo que “todas las cosas” que están escritas en Moisés, los profetas, y los salmos anuncian a sus padecimientos, su muerte, y su resurrección, y que el significado de todo lo relacionado a su muerte es para el arrepentimiento y perdón de los pecados.

Hay una enorme diferencia.

Jesús enseñó que el Antiguo Testamento anunciaba que su sacrificio era para el perdón de los pecados y que todo lo que en ello estaba escrito señalaba hacia su vida, muerte, y resurrección.

Jesús NO enseñó que él había sido enviado para dar testimonio de que Moisés, los profetas, y los salmos, eran el camino, la verdad y la vida.

Él enseñó que todo lo que había sido escrito en el Antiguo Testamento daba testimonio de su sacrificio para el arrepentimiento y perdón de los pecados.

Desafortunadamente, esa verdad no se encuentra en el adventismo.

Esa manera de escudriñar las Escrituras no se enseña en el adventismo. No la va a encontrar en ningún folleto de Escuela Sabática, libro teológico, o folleto evangelístico.

Para los que llegamos al evangelio de Jesucristo, es una manera totalmente nueva de pensar y ver las cosas. Requiere totalmente un arrepentimiento de estudiar las Escrituras sin esta norma, y una conversión a escudriñarlas con la clave de su sacrificio en mente.

No hay teólogo, dirigente, profesor, o redactor de ninguna revista Adventista que enseñe las Escrituras de esa manera, como lo enseñó Jesús.

Esta manera de pensar es foránea, extraña, a la manera de pensar de los adventistas del séptimo día. Es por eso, que cuando leen nuestros escritos aquí en www.exadventista.com nos escriben diciendo que hablamos inventos, que tergiversamos las Escrituras, que somos el anti-cristo, en fin, nos dicen muchas cosas que manifiestan que no conocen la clave misma que dio Cristo para entender las Escrituras: su vida, muerte, resurrección para el perdón de nuestros pecados.

Es por eso que usted puede leer la explicación del pastor Steger, y no hay relación alguna con la vida, padecimientos, muerte, o resurrección de Jesús. La explicación que él da desconoce esta clave. Esa explicación NO conecta al sábado, al sello de Dios, al Espíritu Santo con la muerte de Cristo y su sangre derramada para la remisión de nuestros pecados. Conecta y relaciona al sábado, al sello, y al Espíritu Santo entre ellos, pero queda por fuera, lo que dijo el Señor Jesús: que si todo esto tiene algún significado es porque señala a su muerte para la salvación del pecador por la fe.

Mi experiencia con los líderes adventistas (habiendo sido yo uno de ellos hacía lo mismo) es que tan pronto uno les llama la atención a esta omisión, enseguida ellos tratan de arreglar con alguna declaración para subsanar la omisión: Que la daban por sobreentendida, que por supuesto ellos creen en la muerte de Cristo, que claro que tienen conexión, y alguna otra explicación ligera y tardía. También hay algo más: Toda explicación, aunque acepten el sacrificio de Cristo como necesario está seguido por una oración que comienza con la siguiente palabra: “Pero...”

“Pero hay que obedecer...”

“Pero la santificación...”

“Pero la ley...”

“Pero la iglesia verdadera...”

“Pero entonces ustedes enseñan que se puede pecar, matar, robar, adulterar...”

Pero.

Después de la cruz de Cristo no hay ningún pero.

Cristo es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin.

La finalidad y total consumación de su sacrificio para nuestra salvación no deja lugar a peros.

O se interpretan las Escrituras de acuerdo a la clave de Cristo, o no tienen ningún sentido para nuestra salvación.

Él – no nosotros - es quien lo dijo. Ninguna otra autoridad, sino la autoridad de Aquel que llevó nuestros pecados sobre su cuerpo, y que por nosotros se hizo pecado para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él (2 Corintios 5:21) es la autoridad clave para entender las Escrituras.

2) El sello de Dios según Efesios 1:1-14; Efesios 4:20-32; 2º Corintios 1:19-24

a) Efesios 1:1-14

Fíjese hermana que aquí me derivo a todo el pasaje de Efesios 1:1-14 en donde se encuentra el pasaje en cuestión. No podemos ir al versículo 13, sacarlo del lugar que le pertenece por la autoridad inspirada del autor, y pegarlo a gusto junto a cualquier otro texto o textos para darle el significado que queramos. El significado principal tiene que salir de su relación a su “con-texto”, es decir los otros textos que van con el texto. El texto se aclara a sí mismo. Esto es lo que quiere decir que la Biblia se interpreta a sí misma. Luego podemos ir a otro pasaje de la Biblia que tiene que ver con el mismo tema, estudiarlo en su “con-texto” y ver qué más añade al significado que encontramos en el primero, y cómo lo confirma.

Efesios 1:1-14: 1 Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso: 2 Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo les concedan gracia y paz.

3 Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición espiritual en Cristo.4 Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él. En amor5 nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad,6 para alabanza de su gloriosa gracia, que nos concedió en su Amado.7 En él tenemos la redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados, conforme a las riquezas de la gracia8 que Dios nos dio en abundancia con toda sabiduría y entendimiento.9 Él nos hizo conocer el misterio de su voluntad conforme al buen propósito que de antemano estableció en Cristo,10 para llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo: reunir en él todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra.
11 En Cristo también fuimos hechos herederos, pues fuimos predestinados según el plan de aquel que hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad,12 a fin de que nosotros, que ya hemos puesto nuestra esperanza en Cristo, seamos para alabanza de su gloria.13 En él también ustedes, cuando oyeron el mensaje de la verdad, el evangelio que les trajo la salvación, y lo creyeron, fueron marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido.14 Éste garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención final del pueblo adquirido por Dios, para alabanza de su gloria (Nueva Versión Internacional).

Al repasar todo este pasaje lo que se escucha en la voz del autor es una profunda confianza en la salvación que Dios le ha dado, a él y a sus lectores.

v. 3 Alaba a Dios porque los ha bendecido con toda bendición espiritual en Cristo.

v. 4 Fueron escogidos antes de la creación del mundo.

v. 4 Ya han sido presentados ante Dios “santos y sin mancha”.

v. 5 Fueron predestinados para ser adoptados como hijos por medio de Jesucristo.

v. 7 Ya tienen la redención mediante la sangre de Cristo.

v. 7 Esa redención y perdón se ha dado por la gracia de Dios.

v. 11 Ya son herederos de las glorias divinas

v. 12 Por tener su esperanza puesta en Cristo ya alaban la gloria de Dios.

v. 13 Oyeron el mensaje de verdad, les trajo salvación, porque lo creyeron.

¿Cuál mensaje de verdad? La verdad enseñada en el v. 6: “En él tenemos la redención mediante su sangre, nuestros pecados son perdonados y fue por la soberana gracia de Dios.

v. 13 Al creer esa verdad, los creyentes fueron sellados por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo reconoció la sangre de Cristo que fue derramada para el perdón de los pecadores que pusieron su fe en él. El Espíritu Santo sella al creyente, autenticando que la fe del creyente es en la sangre de Cristo.

v. 14 El Espíritu Santo es quien garantiza nuestra herencia. El Espíritu Santo al ver su propio sello en el creyente lo confirma de antemano como un pecador redimido, rescatado por la sangre de Cristo para alabanza de la gloria de Dios.

Hermana Patricia, en todo este pasaje, en todos estos versículos, ¿dónde encuentra usted mención del sábado como el sello de Dios? ¿Dónde encuentra usted mención de “un proceso interior de santificación”? ¿Donde se menciona “la obra transformadora del Espíritu Santo en nuestras vidas”? ¿Dónde se recalca que el ser sellado es “mostrar que obedecemos los mandamientos de Dios, particularmente en relación al cuarto mandamiento?”

Nuestros críticos nos acusan de tergiversar las Escrituras. Pero aquí, ¿quién es el que tergiversa? ¿Quién es el que añade? ¿Quién es el que cambia el sentido de la Escritura?

Pero debido a que protestamos a favor de las Escrituras y de la sangre de Cristo, nuestros críticos dicen que estamos promoviendo el pecado. Alegan que debido a que no respaldamos estas enmiendas a las Escrituras incluyendo la santificación en el sello de Dios, entonces que nosotros enseñamos que está bien matar, robar, adulterar. Son falsos cargos fundamentados en falso testimonio. Así como hicieron con el Señor así hacen con nosotros. Pero para nuestro consuelo recordamos la palabra del Señor: “No es el siervo mayor que su señor. Si á mí me han perseguido, también á vosotros perseguirán: si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra” (Juan 15:20).

Y si ellos dan falso testimonio de nosotros no son ellos entonces culpables de quebrantar el noveno mandamiento de la ley que tanto quieren santificar: “No darás falso testimonio”? (Éxodo 20:16). Acaso al quebrantar el noveno, “No darás falso testimonio”, ¿también no quebrantan el cuarto? Puesto que si faltan en uno, faltan en todos (Santiago 2:10).

De tal modo que el sello de Dios aquí en Efesios 1:1-14 no es el sábado, pues el con-texto no lo indica ni insinúa, ni lo conecta con ninguna enseñanza de observancia sabática. El sello de Dios aquí es el Espíritu Santo marcando a cada creyente con una profunda e inquebrantable confianza que “En él tenemos la redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados” (v. 7).

Es el Espíritu Santo el agente sellador, el sello invisible es la profunda e inquebrantable confianza en la sangre y los méritos de Cristo, manifestada en “alabanza de su gloriosa gracia, que nos concedió en su Amado” (v. 6).

Aquí alguien pudiera protestar, como el pastor Steger, que el sábado es “evidencia visible” del sellamiento.

Preguntamos: ¿Y quién necesita evidencia visible del sellamiento? ¿Acaso no conoce Dios quienes son los suyos? “Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor á los que son suyos” (2 Timoteo 2:19). El Señor no necesita ver si los que han creído en la sangre de su Hijo están guardando el sábado. El Señor ve al Espíritu Santo en sus corazones dando testimonio que ellos han sido limpiados por la sangre del Cordero, y dice “Este tiene el sello de mi Hijo”, “este es mío”. ¡Amén, alabado sea el nombre del Señor!

b) El sello de Dios en Efesios 4:20-32

El texto clave en todo este pasaje es el v. 30: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual estáis sellados para el día de la redención”.

La palabra “contristéis” viene de un verbo griego que tiene varios significados, pero todos relacionados a causar pena, pesar, tristeza, agravio, ofensa, a otra persona por alguna conducta impropia a esa relación.

De tal modo que el apóstol Pablo insta a los creyentes en Éfeso que no hagan avergonzar al Espíritu Santo con alguna conducta que lo vaya a apenar, que le haga pasar alguna vergüenza. ¿Por qué? Porque el Espíritu Santo ya te ha sellado para salvación, y no es propio de un sellado para salvación actuar como si no fuera salvo. Este pasaje manifiesta que cuando uno es sellado por el Espíritu Santo para salvación se establece una relación muy tierna, muy estrecha entre los dos. El Espíritu Santo no te quita el sello, pero quiere que sepamos que se siente apenado por nuestro mal testimonio del sello que hemos recibido. Ese sello le costó la sangre al Ungido de Dios, a Jesucristo, amado por el Espíritu Santo, y él se entristece porque lo hemos dejado quedar mal. Es una manera de llamarnos a cuentas, por dejar de pensar en el costoso precio de la sangre de Cristo para darnos el pleno y eterno perdón por nuestros pecados.

La reacción del Espíritu Santo a nuestro comportamiento impropio se entiende a la luz de las relaciones personales. Un esposo o esposa se puede sentir apenado por la conducta impropia del otro. El matrimonio no se rompe, pero ambos esposos pasan una vergüenza, un mal rato, y la ternura en la relación queda afectada. Se restablece volviendo a recordar el amor que los unió y que los sigue uniendo.

Sin embargo en este texto, aun cuando se trata de los diferentes comportamientos que pudieran entristecer al Espíritu Santo, el sábado no forma parte de esa lista (Efesios 4:14-32). Guardarlo o no guardarlo, observarlo o no observarlo está lejos del pensar del apóstol en todos estos textos. El sábado en su mente no formaba parte del sello de Dios por ningún lugar.

c) El sello de Dios en 2º Corintios 1:19-24

Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, que por nosotros ha sido entre vosotros predicado, por mí y Silvano y Timoteo, no ha sido Sí y No; mas ha sido Sí en él. Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por nosotros á gloria de Dios. Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios; El cual también nos ha sellado, y dado la prenda del Espíritu en nuestros corazones (2 Corintios 1:19-22).

En este pasaje el apóstol Pablo afirma que su evangelio, sus buenas nuevas no tienen como resultado que los creyentes piensen que están en un continuo Sí y No ante Dios, que Dios los acepta con condiciones. El apóstol les asegura que “todas las promesas de Dios son en Cristo Sí, y en él Amén (así sea)”. Este es el sello de Dios, la presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones para darnos siempre este Sí de Dios en Cristo.

Todos estos tres textos se unen en una sola enseñanza: El sello de Dios es la presencia del Espíritu Santo susurrando la confianza a nuestros corazones que somos aceptos ante Dios ¡mediante la sangre del Cordero de Dios, Jesucristo, el Hijo de Dios!

Hay que hacer un asombroso y peligroso cambio en las Escrituras para ponerle sábado al sello de Dios. Hay que suplantar la presencia del Espíritu Santo con la observancia del sábado.

Por más que miles de pastores y especialistas adventistas protesten a lo contrario, sí hay contradicción entre el Espíritu Santo como el sello de Dios, y el sábado como la forma visible de ese sello. ¿En qué momento se convirtió el Espíritu Santo en sábado? ¿En qué momento se encarnó el Espíritu Santo en el día sábado? ¿Acaso el omnipotente Dios Espíritu Santo se torna en el finito período de tiempo de 24 horas? ¿En qué parte de las Escrituras se enseña eso?

3) La diferencia entre “sello” y “señal” en el Antiguo Testamento

La palabra sello se encuentra nueve veces en el Antiguo Testamento (Éxodo 28:11,21,36; 39:6,14,30; Job 38:14; Cantares 8:6; Ezequiel 28:12).

Ninguna de estas menciones de la palabra “sello” está relacionada con el sábado, o su observancia.

¿De dónde entonces viene la doctrina Adventista que el “sello de Dios” es la observancia del sábado?

1) Al formular esta doctrina los primeros adventistas confundieron la palabra “sello” con la palabra “señal”. Pero las dos palabras son muy diferentes. Sin embargo, a pesar de toda la erudición de los estudiosos adventistas en los idiomas bíblicos, la doctrina Adventista sigue confundiendo las dos palabras y sus dos significados diferentes.

2) En el Antiguo Testamento, un sello era un artefacto de cobre, bronce, plata, u oro. En la mayoría de los casos, era un anillo. Con este sello se dejaba la impresión del sello grabada en cera o en barro sobre un pergamino o tabla de piedra (la palabra hebrea es תפתח – ‘kotham’). Esa impresión era la fiel copia del sello, autenticando al autor del sello, e indicando que quien había dejado esa huella exacta del sello era el propietario de un bien o contrato. Es por esa razón que la Escritura es bien clara al decir que somos sellados por el Espíritu Santo, y que el Espíritu Santo al mismo tiempo es la “garantía” de que fuimos sellados.

Solamente el Espíritu Santo puede dar fe exacta de lo que él mismo hizo: sellarnos. El pecador humano sellado no puede en ningún momento dar garantía alguna observando ningún mandamiento, pues el ser humano pecador ¡jamás puede ser copia fiel del Espíritu Santo! El sello es el artefacto o anillo, y la impresión que deja representa al anillo, y no al objeto en donde se graba. El sello y su impresión no son una sola cosa con el objeto donde fueron grabados. Tomemos el ejemplo que se usaba en la antigüedad. Para sellar un rollo de un pergamino, se chorreaba la cera derretida de una vela sobre el cabo suelto del pergamino enrollado. Cuando la cera todavía estaba tibia, se tomaba el sello (anillo) de plata, oro, o bronce y se dejaba una impresión sobre la cera. La huella del sello quedaba impresa sobre la cera. La cera cerraba el cabo suelto del pergamino de cuero o papel. Sin embargo, la cera con la impresión del sello era muy diferente en composición al cuero o papel del pergamino. El pergamino no era el sello, ni formaba parte del sello. El sello dejaba su impresión sobre la cera, no sobre el pergamino.

En este ejemplo, tanto el sello de oro, como la impresión en cera, representan al Espíritu Santo. El pergamino representa al creyente. Lo que da evidencia de que el pergamino fue sellado es la huella del sello en la cera. El cuero del pergamino en ningún momento quedó grabado con el sello. Lo que da evidencia del sello es la cera que se derritió encima del pergamino, y recibió la impresión del sello. Así mismo, quien da la evidencia que fuimos sellados es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es nuestro Consolador, nuestro Paracletos, nuestro Abogado. Él es quien da evidencia a nuestro favor, y la evidencia que da es la sangre de Cristo en la cual ponemos nuestra fe para el perdón completo y absoluto de nuestros pecados.

3) Al séptimo día sábado, igual que a otros sábados de fiesta religiosa se les llama “señal” entre Dios y el Israel antiguo. Una señal era diferente a un “sello”, y por lo tanto la palabra hebrea para “señal” es diferente a la palabra “sello”. La palabra hebrea para “señal” es “אות(‘oth’). Esta “señal” podía ser un distintivo, una bandera, un monumento, un hito en el camino para señalar el camino, pero jamás era un sello. En la señal, participaba otra persona. Un abanderado podía subirse a un monte alto y con la bandera dar una señal al ejército o alguna otra persona a lo lejos. Una señal era un entendido entre dos personas que estaban de acuerdo mutuamente en un convenio. Una “señal” en el Antiguo Testamento también era un marcador que mostraba el camino o apuntaba hacia cierto lugar, o hacia cierto evento.

Por ejemplo, los siguientes textos tienen objetos, días, acciones, o palabras que se consideraban “señal” para Israel. Todas ellas de alguna manera u otra señalaban al Mesías, al Cristo por venir. Cuando llegó Cristo, se cumplió la función de todas estas señales.

Génesis 9:12,13 El arco iris fue una señal

Génesis 17:11 La circuncisión fue una señal

Éxodo 8:23 Cada plaga de Egipto fue una señal

Éxodo 12:13 La sangre en el dintel de las puertas era una señal

Éxodo 13:9 La fiesta del pan sin levadura era una señal

Deut. 6:8; 11:18 Las palabras de la ley repetidas a los hijos eran una señal

Eze. 20:11,12 Todos los sábados – los séptimos y los festivales – eran señal

Todas estas cosas, incluyendo al séptimo día sábado eran “señales”, no sellos. Todas estas señales apuntaban a Cristo, el enviado de Dios para morir en lugar de los pecadores.

El sábado como señal, señalaba a Cristo, el Cordero de Dios, que al derramar su sangre para darnos el perdón, nos daría eterno reposo ante Dios como el Garante de nuestra salvación. Si los adventistas de veras, observaran y respetaran el sábado, serían los primeros en decir que Cristo es nuestro sábado y no el séptimo día de la semana. Ellos dicen que guardan el sábado. Pero al seguir guardando la señal, y no a la Persona a quien la señal apuntaba, profanan a Cristo, el verdadero sábado, y por tanto el Señor del sábado (Lucas 6:5). Cristo fue el cumplimiento del pacto antiguo, de ese “pacto perpetuo” al cual todas las señales dadas apuntaban. Su vida, muerte y resurrección fue el cumplimiento del sábado como señal.

Cristo es la gran realidad a la cual apuntaba todas las señales del Antiguo Testamento

Por lo general, usted no encontrará en los escritos o escritores adventistas (con respecto a cualquier tema) una explicación que conecte el sábado como señal de la cruz de Cristo. Es predecible. Cualquier pregunta recibe alguna explicación que pasa por alto el Calvario. Esa ha sido mi experiencia al conversar con mis amigos, colegas, profesores Adventistas, desde que salí de la iglesia Adventista.

De hecho, ese era yo cuando estaba en la iglesia Adventista fungiendo como pastor, profesor de teología, líder de campo. No podía dar respuestas y explicaciones que guiaran hacia el Calvario.

Ese sigue siendo el método en el adventismo hasta el día de hoy. Toda respuesta, toda explicación doctrinal pasa por alto la cruz de Cristo y guía a la persona a la iglesia Adventista.

Solamente cuando uno les llama la atención por esta omisión es cuando entonces afirman, avalan, con toda consideración, que sí, que el Calvario es importante, que la cruz es importante, y afirmaciones similares.

Luego sigue algo que también es predecible: El “pero”.

Sí, somos justificados por la fe en los méritos de Cristo, “pero”...

Luego siempre sigue alguna explicación que lo lleva a la ley, con una sola razón: Llevarlo al sábado. Llevarlo a la obediencia, llevarlo a lo que el adventismo llama la santificación. En otras palabras, en vez de centrar al creyente en el fundamento que es el sacrificio de Cristo, lo llevan a fijarse en su obediencia, su crecimiento espiritual, su presunta santificación. Digo presunta santificación, porque no hay santificación verdadera a menos que no sea por la vía de la cruz.

La respuesta del pastor Steger es fiel – totalmente fiel – a ese patrón de la iglesia Adventista de lidiar con temas doctrinales, de pasar por alto el sacrificio de Cristo. De esa manera menosprecian la cruz, y menosprecian el sacrificio de Cristo.

Por más que protesten mis hermanos adventistas, esa es la realidad, y los hechos lo comprueban.

En esta respuesta del pastor Steger, él la llevó al sábado, a la santificación, a la transformación, a la “obedecer plenamente” a Dios, en fin, al ser humano pecador. En ningún momento esta respuesta la derivó a la cruz de Cristo, a la sangre de Cristo, al grito de “consumado es” que Cristo proclamó desde el Calvario.

El Calvario y solo la sangre de Cristo derramada para el perdón de nuestros pecados, es la única esperanza del pecador. No es el sábado, no es la santificación del carácter, no es la transformación de la personalidad. Somos salvos “aparte de la ley” (Romanos 3:21), porque esta es la verdadera justicia de Dios, y es la misma ley y los profetas que testifican de esa gloriosa verdad.

Pero la mentalidad Adventista no sabe cómo pensar de Cristo. Igual que Pedro cuando le rogó a Cristo que no hablara de ir a la cruz, piensan en las cosas de los hombres, y no en las cosas del Hombre, del segundo Adán, de Jesucristo, el Mesías de Dios, dado para como el Gran Suplente y Garante de los pecadores.

Tan pronto uno habla de la salvación por la fe solo en la sangre de Cristo, enseguida embisten con acusaciones que uno está promoviendo el pecado, que uno está diciendo que uno puede matar, robar, adulterar, y que uno está usando la salvación por la fe como pretexto para pecar. Insinuada en la respuesta del pastor Steger hay una sutil insinuación del adventismo: Si no guardas el sábado, tu vida no está siendo santificada, porque el sábado es el cuarto mandamiento, y tu vida se santifica en obediencia a la ley.

La vida no se santifica obedeciendo a la ley. La vida se santifica mirando la gloria de Cristo en la cruz. Hablando del ministerio de la justicia de Cristo, el cual se manifestó en su mayor gloria en la cruz, el apóstol Pablo escribió, “Por tanto nosotros todos, puestos los ojos como en un espejo en la gloria del Señor con cara descubierta, somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza, como por el Espíritu del Señor”

(2 Corintios 3:18). “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3). “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él” (Colosenses 2:6). En conexión con esta enseñanza tocante a nuestro diario andar con Cristo, en ese mismo contexto nos pone en previo aviso de lo que verdaderamente atenta contra nuestra santificación.

Mirad que ninguno os engañe por filosofías y vanas sustilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme á los elementos del mundo, y no según Cristo: Porque en él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente: Y habéis sido hechos completos en él, el cual es la cabeza de todo principado y potestad: En el cual también sois circuncidados de circuncisión no hecha con manos, con el despojamiento del cuerpo de los pecados de la carne, en la circuncisión de Cristo; Sepultados juntamente con él en la bautismo, en el cual también resucitasteis con él, por la fe de la operación de Dios que le levantó de los muertos.

Y á vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncición de vuestra carne, os vivificó juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, Rayendo la cédula de los ritos que nos era contraria, que era contra nosotros, quitándola de en medio y enclavándola en la cruz; Y despojando los principados y las potestades, sacólos á la vergüenza en público, triunfando de ellos en sí mismo.

Por tanto, nadie os juzgue en comida, ó en bebida, ó en parte de día de fiesta, ó de nueva luna, ó de sábados: Lo cual es la sombra de lo por venir; mas el cuerpo es de Cristo (Colosenses 2:8-17).

La manera como debemos andar en él, santificando nuestras vidas es recordando que ya hemos sido “hechos completos en él”, que ya hemos recibido el perdón de todos nuestros pecados, que ya toda la ley de Moisés fue quitada de por medio y clavada en la cruz, y que nadie tiene razón por qué juzgarnos en cuanto a observación alguna, incluyendo los sábados. Todo esto es sombra, “mas el cuerpo es de Cristo”.

No obstante el adventismo del séptimo día en lugar de la fe en la sangre de Cristo para nuestra santificación ofrece la santificación mediante la obediencia a la ley, de la cual el mayor interés es por el Cuarto Mandamiento. Alegan que “El Espíritu Santo es el agente sellador, mientras que la observancia del sábado es una evidencia visible del sellamiento”. Como ya hemos visto todo este argumento es sin validez ni fundamento bíblico. Pero brevemente supongamos que estuviéramos equivocados.

5. ¿Qué tal si el sábado fuera el sello de Dios?

¿Qué tal si el pastor Steger tuviera la razón y que la observancia del sábado fuera evidencia visible de sellamiento?

Comencemos con el concepto de que la observancia del sábado es la “evidencia visible” del sellamiento.

¿Evidencia visible? ¿Visible de qué? ¿Qué es lo que se quiere ver en el creyente?

¿Quién necesita ver tal evidencia? ¿El creyente mismo? ¿Otros creyentes? ¿Los que no han creído? ¿Dios necesita ver tal evidencia? ¿Jesús? ¿El mismo Espíritu Santo quien selló al creyente?

¿Cuál es la evidencia? ¿Qué parte de la observancia del sábado es evidencia visible y qué parte no?

¿Se lustraron los zapatos antes de la puesta del sol? ¿Es esa la evidencia?

¿Cada cual se bañó antes de la puesta del sol?

¿Se alistó la ropa el viernes para ir a la iglesia el día siguiente? ¿Es esa la evidencia?

¿Se perdió el trabajo por ir a la iglesia el día sábado? ¿Es esa la evidencia?

¿Se llenó el tanque de gasolina en el carro antes de la puesta del sol el viernes? ¿Es esa la evidencia?

¿El padre de familia dejó a la familia en casa el sábado para llegar temprano a la Clase de Maestros de la Escuela Sabática? ¿Es esa la evidencia que dará el padre? ¿Qué evidencia entonces tiene que dar la esposa? ¿Que no se quejó porque tuvo que vestir a los niños sola y llevarlos sola a la iglesia en bus? ¿Es esa la obediencia?

¿Llegaron a tiempo a la Escuela Sabática? ¿Es esa la evidencia?

¿Estudiaron la lección de la Escuela Sabática siete veces a la semana? ¿Será que dijeron la verdad cuando informaron? ¿Es esa la evidencia?

¿Se quedaron para el sermón? ¿Es esa la evidencia?

¿Se durmieron durante el sermón? ¿Se dañó la evidencia?

No calentaron la comida para no quebrantar el sábado, ¿Es esa la evidencia?

Pero dejaron la heladera prendida para que la comida no se echara a perder... ¿Es eso falta de evidencia? Porque si dejaron la heladera prendida alguien en el suministro de la compañía eléctrica tuvo que trabajar como siervo para el que guarda el sábado, y por lo tanto el sábado fue quebrantado. Lo mismo con el chofer que los llevó a la iglesia en bus o en taxi, y todos los que tuvieron que trabajar para suministrar el transporte. ¿Profanaron ellos el sábado para que los sellados pudieran mostrar evidencia visible del sellamiento?

¿Qué tal los que tuvieron que trabajar en sábado en la compañía eléctrica para suministrar la electricidad para el equipo de sonido que usó el pastor, el coro; para los ventiladores, las luces, el aire acondicionado? Mientras ellos trabajaban para que los sellados se pudieran reunir en paz y cómodamente, los mismos sellados los acusaban de quebrantar la ley de Dios por estar trabajando en sábado. ¿Es esa la evidencia del sellamiento?

¿Tuvieron que cocinar la comida el sábado, o solo calentarla? ¿Cuál de esas dos sería la evidencia?

¿Se puso ropa muy apretada la señora de la casa para ir a la iglesia y un hermano la miró? ¿Qué tipo de evidencia es esa?

¿Recibieron el sábado a tiempo? ¿Es esa la evidencia?

¿Despidieron el sábado antes de tiempo? ¿Es esa falta de evidencia?

¿Se preocupó el jefe de la casa durante el sábado porque al pagar el diezmo, no le quedaba para pagar la renta de la casa? ¿Mala evidencia?

¿Le gritó a los niños porque no se arreglaban rápido para llegar a tiempo a la Escuela Sabática? ¿Buena evidencia, o mala evidencia?

¿No prendieron la radio, la televisión, y guardaron todos los periódicos? ¿Es esa la evidencia?

¿Es que los adventistas ya no guardan el sábado así? ¿Entonces qué le pasó a toda esa evidencia que dábamos nosotros y nuestros padres adventistas cuando guardábamos el sábado “como de veras se debía guardar”? ¿Esa evidencia no fue necesaria?

Entonces, ¿qué parte de la observancia sabática es la evidencia?

¿Y a qué prueba va tal evidencia? ¿Qué son sellados por Dios?

¿Es evidencia de su salvación eterna?

¿Es lustrar los zapatos antes de la puesta del sol el viernes evidencia que uno ha sido salvo para siempre?

¿Salió a repartir literatura el sábado por la tarde en vez de tomar una siesta? ¿Será esa la evidencia?

¿Dónde quedaron los hijos adolescentes mientras repartía literatura a los desconocidos? ¿Quedaron jugando en la calle mientras usted hacía obra misionera? ¿Perdió usted la evidencia por tratar de dar evidencia por un lado, pero sus hijos se la echaban a perder por otro lado?

¿Se privó de darle caricias a afectuosas a su esposa el sábado? ¡Esa seguramente es la evidencia! ¿Pero que tal si usted tuvo los mismos deseos por la mujer o el marido de su prójimo en sábado? ¿Qué tal de la evidencia?

¿Se enojó en sábado con los hermanos de www.exadventista.com por escribir estas cosas? ¿Al enojarse, no manchó el sello? ¿O es ese enojo una “ira santa” y permitida en sábado? Pero si usted no es santo, ¿cómo puede usted tener ira santa?

¿Fue su sábado un período de gozo santo sin interrupción de 24 horas desde la puesta del sol el viernes hasta la puesta del sol el sábado? ¿Fue esa la evidencia?

¿Tuvo momentos de frustración, ira, impaciencia, desconcentración espiritual, se interesó por quién había ganado el partido de fútbol, béisbol, las elecciones políticas? ¿Manchó la evidencia?

¿Estuvo usted completamente concentrado en las cosas de Dios a cada momento? ¿Pudiera haberse compenetrado mejor en las cosas de Dios en sábado? ¿Qué pasó con la evidencia?

¿Le tuvo envidia al peinado de alguna hermana en la iglesia el sábado? ¿Se dañó la evidencia? ¿Se comparó el peinado con alguna hermana de la iglesia en sábado? ¿Se vio más bonita, más joven, o se enojó con usted misma al verse en el espejo? ¿Dañó la evidencia?

¿O tal vez usted no se pintó para nada, y todos las hermanas se fijaron en su modestia, y la felicitaron por su modestia... pero usted se sitió orgullosa y más consagrada que ellas... ¿Entonces? ¿Da evidencias de que fue sellada, o que es pecadora, y todavía no ha sido sellada? Pero, usted estaba guardando el sábado de todo corazón... seguramente, Dios tomará eso en cuenta...

Los adventistas en norte-América y Europa no son tan estrictos como los otros adventistas en la observancia del sábado. Entonces, ¿cuáles son los sellados? ¿Son sellados solo los estrictos? ¿Los otros son sellados solo a medias? ¿Medio sello?

¿De todo esto se trata el sello del Espíritu Santo?

Si usted tuvo alguna duda en cuanto a alguna de estas preguntas, entonces su sello, queda en algo o en todo borroso, manchado, despintado. ¿Cuánto del sello es necesario? ¿Tan solo un poquito de observancia sabática? ¿Sella el Espíritu Santo solo a medias?

¿O es la evidencia la perfecta observancia del sábado? ¿Y cómo puede usted estar seguro que dio perfecta obediencia?

¿Seguro que quedó sellado si es que en algo, aun en el pensamiento, quebrantó el sábado? ¿Entonces no ha sido sellado?

Si todos no guardan el sábado a la perfección, ¿entonces nadie ha sido sellado?

O ¿será que hay que seguir trabajando un poco más duro para guardar perfectamente el día de reposo?

Por eso dice la epístola a los Hebreos que todos los que siguen pensando del sábado de esta manera, ¡“No han entrado a mi reposo”! (Hebreos 4:1,3,4,5,6).

Hermana Patricia, este es el problema con el argumento del pastor Steger, y del adventismo a favor de la observancia del sábado como el sello de Dios.

Decir que el agente sellador es el Espíritu Santo y que el sello es la observancia del sábado desacredita la obra del Espíritu Santo. Tal declaración insinúa que a final de cuentas el Espíritu Santo pone un sello muy deficiente, pues la observancia sabática siempre será deficiente debido a la naturaleza pecaminosa del creyente. El sello de Dios no puede ser evidenciado por la imperfecta observancia del séptimo día por los creyentes, “porque no da Dios el Espíritu por medida” (Juan 3:34). El creyente es plenamente sellado o no es sellado ni en parte ni a medias.

5. Jesús: El Sábado de Dios

El pastor Steger alega en su explicación que “el sábado fue establecido en la creación”. Esto no lo dice la escritura. Lo que dice la escritura es que el séptimo día de la creación Dios “reposó en el día séptimo de toda la obra que había hecho. Dios bendijo el séptimo día y lo santificó” (Génesis 2:2-3).

¿Qué quiere decir este reposo de Dios al principio de la creación, en ese séptimo día? ¿De qué reposó? ¿De qué manera fue bendito el séptimo día y de qué manera lo santificó Dios?

Según vimos al principio toda Escritura adquiere significado a la luz del Calvario, del bendito sacrificio de Cristo.

Puesto que Dios reposó en este día, y que Dios lo bendijo, y que lo santificó, tal reposo, bendición y santificación tiene que ver con el sacrificio de Cristo.

Y díjoles: Así está escrito, y así fué necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; Y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las naciones, comenzando de Jerusalén (Lucas 24:46-47).

El significado del reposo de Dios en el séptimo día de la creación no es un gran misterio cuando se entiende a la luz del sacrificio de Cristo iluminando a las Escrituras. La Epístola a los Hebreos explica la relación entre el reposo de Dios al principio de la creación, y el significado del reposo sabático. La Epístola a los Hebreos enseña que Cristo es la revelación de Dios para estos últimos días (Hebreos 1:2). El tema de esta epístola es demostrar las muchas maneras como Jesús es mucho mejor que toda revelación de Dios dada en la antigüedad, en particular a la revelación dada a Israel en todas sus leyes, ritos y observancias. Este tema se desarrolla en Hebreos 4 en relación a la observancia del reposo sabático practicada por los hebreos.

El escritor de esta epístola se preocupa porque los lectores, al igual que el antiguo Israel, a pesar de que siguen observando el séptimo día sábado, todavía no han entrado al reposo de Dios. A pesar de que guardan el séptimo día sábado, todavía no han entrado al reposo al cual apunta el reposo señalado por el sábado. “Por tanto, temamos, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en Su reposo, alguno de ustedes parezca no haberlo alcanzado” (Hebreos 4:1).

Luego el autor les recuerda que la palabra que los antiguos oyeron tocante al sábado, no les dio reposo porque no fue acompañada de fe (v. 2). Pero los que han creído, han entrado en el reposo de Dios. Los que han creído han entrado en la realidad del sábado al cual señalaba el séptimo día de la creación y del cuarto mandamiento.

Los que han creído... pero ¿en qué?

¿En la continua observancia del séptimo día sábado? No puede ser, porque son esos mismos guardadores del sábado los que no han entrado al reposo por falta de fe. Están guardando el sábado, pero sin fe.

Fe, ¿en qué? ¡En las buenas nuevas! (Hebreos 4:2,6).

¿Cuáles? No ha ninguna otra. Las buenas nuevas anunciadas por Cristo después de su resurrección, que “Así está escrito, que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día; y que en su nombre se predicara el arrepentimiento para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:46-47).

Estas obras de redención eran las obras del Cristo de Dios, las que ya “estaban acabadas desde la fundación del mundo” (Hebreos 4:3).

Necesitamos recordar que en las obras de la creación, Cristo fue la Palabra de Dios creadora de todo lo que Dios hizo. La obra creadora de Dios en Cristo incluyó la obra del derramamiento de la “sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación: Ya ordenado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postrimeros tiempos por amor de vosotros” (1 Pedro 1:18-20).

Ya desde antes de la creación del mundo se había dispuesto, se había ordenado el sacrificio de nuestro Cristo, el santo y admirable Hijo de Dios.

Cuando Dios creó al mundo, al universo entero, Dios reposó seguro y confiado en la obra ya ordenada y acabada del sacrificio de Cristo. Aunque entrara el pecado en el mundo, Dios podía reposar confiado que su nueva creación perduraría por toda la eternidad debido a que el pecado quedaría quitado mediante la sangre de su Hijo.

¡El primero en confiar en la obra consumada y acabada de la redención de Cristo, fue el Padre mismo! Cuando Dios creó al mundo, Dios pudo reposar en la bendición que el sacrificio, ya ordenado de su Hijo, garantizaba la redención y la eternidad de su creación.

Reposar en la obra ordenada y acabada de Cristo, fue el reposo de Dios en el séptimo día de la semana. Esta fue la bendición y la santificación del séptimo día de la creación. Aparte de la santidad de Cristo y la bendición que recibimos de su sangre derramada, nada puede ser bendecido ni santificado. Dios no reposó en el día, sino en el sacrificio completo y consumado de su Hijo al cual señalaba el día.

Por eso nos insta la Escritura a entrar en el reposo de Dios, y reposar de nuestras obras, así “como Dios reposó de las suyas” (Hebreos 4:10). Dios mismo mostró el camino a nuestra salvación reposando en la sangre derramada de Cristo para nuestra salvación. De la misma manera en que Dios reposó en el séptimo día de la creación – reposando en la obra consumada de Cristo – es como se nos llama a reposar de nuestras obras: confiando en la obra consumada de Cristo a nuestro favor.

Pues el que ha entrado a su reposo, él mismo ha reposado de sus obras, como Dios reposó de las suyas (Hebreos 4:10).

Porque los que hemos creído entramos en ese reposo, tal como El ha dicho... las obras de El estaban acabadas desde la fundación del mundo (Hebreos 4:3).

De este reposo, dijo nuestro Señor Jesús: "Padre, quiero que los que Me has dado, estén también conmigo donde Yo estoy, para que vean Mi gloria, la gloria que Me has dado; porque Me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Juan 17:24).

En este precioso reposo de Dios en Cristo manifestado con claridad en la epístola a los Hebreos, “se cumple lo que fue dicho por el profeta cuando dijo: Abriré en parábolas mi boca; Rebosaré cosas escondidas desde la fundación del mundo” (Mateo 13:35).

Igualmente se cumplen las palabras de Jesús cuando profetizó: “Entonces el Rey dirá á los que estarán á su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo 25:34).

El reposo de Dios en Cristo es nuestro ahora por la fe cuando podemos repetir: “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor” (Efesios 1:4).

Igualmente, “Sabiendo que habéis sido rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro ó plata; Sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación: Ya ordenado de antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postrimeros tiempos por amor de vosotros” (1 Pedro 1:18-20).

Queda, por tanto, un reposo sagrado para el pueblo de Dios. Pues el que ha entrado a su reposo, él mismo ha reposado de sus obras, como Dios reposó de las suyas. Por tanto, esforcémonos por entrar en ese reposo, no sea que alguno caiga siguiendo el mismo ejemplo de desobediencia. Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos; penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada oculta a su vista, sino que todas las cosas están al descubierto y desnudas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta (Hebreos 4:9-13).

Por tanto, “Determina otra vez un cierto día, diciendo por David: Hoy, después de tanto tiempo; como está dicho: Si oyereis su voz hoy, No endurezcáis vuestros corazones”

(Hebreos 4:7).

“Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).

Haroldo S. Camacho, Ph.D.

Palm Springs, CA 92264

October 2, 2007

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haroldocam@gmail.com

exadventista@gmail.com

domingo, septiembre 30, 2007

¿Cuál es el verdadero Cristo de la iglesia cristiana?

¿CUÁL ES EL VERDADERO CRISTO DE LA

IGLESIA CRISTIANA?

- SOLO CRISTUS DEO CRUCIS -

Por lo general esta pregunta ha tenido otra forma: ¿Cuáles son las características de la verdadera iglesia? Sin embargo, preguntar por las características es una pregunta equivocada, pues la verdadera iglesia cristiana no se define a partir de sus características, sino de su Cristo. Si su Cristo es el verdadero Cristo, será la iglesia verdadera. Si su Cristo es un pseudo-Cristo, será una pseudo-iglesia. A final de cuentas, la pregunta ¿cuál es la verdadera iglesia?, tiene una respuesta categóricamente cristológica.

Cristo pregunta “¿quién decís que soy?

Y viniendo Jesús á las partes de Cesarea de Filipo, preguntó á sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros; Jeremías, ó alguno de los profetas. El les dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos. Mas yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y á ti daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que ligares en la tierra será ligado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. Entonces mandó á sus discípulos que á nadie dijesen que él era Jesús el Cristo.

Desde aquel tiempo comenzó Jesús á declarar á sus discípulos que le convenía ir á Jerusalén, y padecer mucho de los ancianos, y de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Y Pedro, tomándolo aparte, comenzó á reprenderle, diciendo: Señor, ten compasión de ti: en ninguna manera esto te acontezca. Entonces él, volviéndose, dijo á Pedro: Quítate de delante de mí, Satanás; me eres escándalo; porque no entiendes lo que es de Dios sino lo que es de los hombres. (Mateo 16:13-23).

Cuando Cristo estableció su iglesia, lo hizo dirigiendo la pregunta cristológica a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” La respuesta de los discípulos denunció una confusión entre la gente que le seguía tocante a la identidad de su persona. “Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros; Jeremías, ó alguno de los profetas” (Mateo 16:13, 14). Hoy diríamos que tenían una cristología confusa y equivocada. Confusa porque confundían su identidad con la de otros personajes bíblicos, y equivocada porque la persona de Cristo es única e inconfundible.

Aunque todas las respuestas lo identificaban con uno de los personajes bíblicos, Cristo no aceptó ninguna de esas identidades, e insistió que le dieran una respuesta acertada. Aún cuando parecía que Pedro finalmente había acertado con la respuesta, Pedro tampoco acertó a cabalidad, y Jesús tuvo que corregirlo fuertemente.

Todas las respuestas dadas por los discípulos se repiten hoy en forma de las diferentes iglesias cristianas y en la variedad de sus mensajes. En otras palabras, la iglesia cristiana todavía se debate en cuanto a su cristología. Algunos siguen pensando que Cristo es la re-encarnación de los mensajes de Juan el Bautista, de Elías, otros de Jeremías, o de alguno de los profetas.

El Cristo identificado con Juan el Bautista

Este es el Cristo que al igual que Juan el Bautista denuncia públicamente el pecado ajeno intentando provocar el arrepentimiento del pecador. A pesar que se bautizan en el nombre de Jesús, los que son bautizados por causa del mensaje del arrepentimiento son realmente bautizados en el bautismo de Juan. Este bautismo declara su cambio de vida para comenzar una nueva que dará “frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:8). El bautismo los limpia por los pecados pasados, y su decisión de bautizarse los impulsa a pactar con Dios a vivir de allí en adelante una nueva vida recta y abnegada, para siempre jamás libre de todo pecado.

De cuando en cuando este Cristo se anuncia como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, al igual que Juan anunció al Cristo. Sin embargo, el mensaje de Cristo como el Cordero de Dios queda enturbiado y asordado con el mensaje de la abnegación y sacrificio, y los muchos frutos que todavía se deben cosechar del árbol del arrepentimiento.

Este Cristo también al igual que Juan el Bautista anuncia la preparación para la venida del Señor. Este Cristo predica que “Todo valle se rellenará, y se bajará todo monte y collado; los caminos torcidos serán enderezados, y los caminos ásperos allanados, y verá toda carne la salvación de Dios” (Lucas 3:5,6). Este Cristo anuncia su segunda venida así como Juan el Bautista anunciaba su primera venida. El evangelio de este Cristo es su segunda venida. La salvación que este Cristo ofrece es mediante su pronto retorno en todo poder y gloria. Por lo tanto, la salvación que este Cristo ofrece está por venir, no es una salvación que se haya consumado. Este Cristo llama a que los pecadores tengan la mirada puesta en las señales que anuncian el fin del mundo y su venida para salvación de los pecadores que se arrepientan. Este Cristo no exclama de su misión redentora “Consumado es” sino “Pronto todas las cosas quedarán consumadas”.[1]

Pero Cristo, ante sus discípulos, no se identificó con Juan el Bautista ni su mensaje. Cuando los discípulos le dijeron que algunos lo confundían con Juan el Bautista, Cristo no respondió que en parte tenían razón, que ese mensaje era parte de su mensaje, pero no todo su mensaje. Cuando los discípulos le dijeron que la gente decía que él era Juan el Bautista, Cristo desconoció el mensaje de Juan el Bautista como el suyo.[2] Las Escrituras dicen parcamente, “Juan no era la luz” (Juan 1:8).[3] De Jesús, el Verbo de Dios, las Escrituras dicen, “Aquel era la luz verdadera, que alumbra á todo hombre que viene á este mundo” (Juan 1:9). Por más que Juan el Bautista “diera testimonio de la luz” (Juan 1:7), él no era la luz verdadera. El reflector, por más perfectamente que refleje la luz, no es la luz verdadera. Cristo no se confundió con su reflector.

El Cristo identificado con el profeta Elías

Este Cristo también se encuentra en las iglesias cristianas. Es el Cristo de los milagros. Es el Cristo que hace caer fuego del cielo, que resucita muertos, que castiga el pecado con señas y milagros. Es el Cristo de la oración, y la oración puede mucho, hasta detener la lluvia o que llueva a torrentes después de la sequía. Es el Cristo que todo lo resuelve en algunas iglesias cristianas con vigilias, oraciones, ayunos, lenguas, testimonios, profecías de asuntos ocultos y secretos, privados y públicos, sanidades espectaculares, muletas y sillas de ruedas desechadas, pañuelos benditos, aguas benditas, sábanas benditas, altares, amuletos, y muchas otras más señales acompañan al Cristo confundido con Elías.

Pero Cristo no se dio a conocer como el Cristo según el profeta Elías. En otra ocasión cuando le preguntaron a Jesús si él era Elías, Jesús respondió someramente: “No soy” (Juan 1:21).

El Cristo identificado con el profeta Jeremías

Así como confundieron a Cristo con el profeta Jeremías en el tiempo de Jesús, de igual manera este Cristo se hace presente en algunas iglesias cristianas.

Este es el Cristo que llora por los pecados del pueblo de Dios. Este Cristo profetiza que horribles y terribles cosas están por venir al pueblo de Dios y a todo pecador en paga por sus pecados y desobediencia.

Este Cristo llora por la triste condición de la juventud: inmoralidad, delincuencia, uso de drogas, sexo fuera del matrimonio. Llora por los pecados de los matrimonios, el adulterio, la fornicación y muchas otras perversiones. Este Cristo se escucha predicando en las iglesias de todas las faltas habidas y por haber del pueblo de Dios. Nadie queda por fuera: los niños, jóvenes, adultos, ancianos, hombres, mujeres, la moda, la bebida, los vicios, la sociedad, las industrias injustas. Este Cristo se lamenta por el calentamiento mundial, y culpa a gobernantes, empresarios, incrédulos y creyentes por igual. El mundo sólo se puede poner peor según este Cristo. Los que se salvan son aquellos que unen su lamento al suyo, denunciando, acusando y vaticinando las más horrendas calamidades al pueblo de Dios, y a todos en general por sus pecados.

Pero Cristo en ningún momento se identificó con el profeta Jeremías.

El Cristo identificado con “alguno de los profetas”

El Cristo identificado con el profeta Moisés

Cuando Jesús abasteció a una gran multitud multiplicando los panes y los peces, la gente lo confundió con Moisés.

La gente entonces, al ver la señal que Jesús había hecho, decía: Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo. Por lo que Jesús, dándose cuenta de que iban a venir y llevárselo por la fuerza para hacerle rey, se retiró otra vez al monte El solo (Juan 6:14-15).

Se entendía entre los israelitas del tiempo de Jesús que “el Profeta” designaba a Moisés, en cumplimiento de su misma profecía.

Un profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará el SEÑOR tu Dios; a él oiréis (Deuteronomio 18:15).

Un profeta como tú levantaré de entre sus hermanos, y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mande (Deuteronomio 18:18).

Confundir a Cristo con Moisés era una propuesta sumamente atractiva para los israelitas. Cristo como “el Profeta” parecía ser un Moisés mucho más llevadero que el caudillo de antaño. Jesús de Nazareth interpretaba la ley de una manera mucho más benigna y justa que las interpretaciones tradicionales de los escribas y los fariseos. De hecho, Jesús hasta quebrantaba el sábado sanando a los enfermos y permitiendo faenas diarias como llevar una cama y cosechar comida del campo. Las interpretaciones de la ley que daba Jesús no surgían para favorecer a los líderes religiosos de su tiempo, ni tampoco para las ganancias financieras del templo. Su interpretación de la ley iba más allá de las acciones a los pensamientos, y sin embargo perdonaba hasta los ciegos, sordos, cojos, paralíticos, publicanos, y prostitutas, todas personas que habían sido condenadas por los religiosos de su día.

Debido a que el pueblo sufría bajo el yugo romano y deseaba liberación política y social, confundía a Jesús con “el Profeta” predicho por Moisés que sería levantado para liberar a Israel de la opresión de Egipto.

Veían a Jesús como un gran caudillo, un gran líder, de inmenso poder. A partir de la multiplicación de los cinco panes y los dos peces, podían ver que él al igual que Moisés, podía alimentarlos y suplir sus necesidades básicas, como lo había hecho Moisés con el maná que caía del cielo.

Sin embargo, Cristo rehusó a que se le confundiera con el caudillo Moisés. Después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, le dio la espalda a la oportunidad de presentarse como el Cristo según Moisés.

Aquellos hombres entonces, como vieron la señal que Jesús había hecho, decían: Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo. Y sabiendo Jesús que habían de venir para arrebatarle, y hacerle rey, volvió a retirarse al monte, él solo (Juan 6:11-15).

Por otra parte, los líderes judíos no participaban de esa confusión. Ellos lo tenían muy claro que Jesús no era ningún Moisés. De hecho, ellos acusaban a Cristo de oponerse a Moisés. Los escribas y los fariseos se consideraban discípulos de Moisés. En la conversación con el ciego de nacimiento que sanó Jesús, los líderes judíos aclararon que no había confusión alguna en sus mentes entre Moisés y Jesús.

... nosotros discípulos de Moisés somos. Nosotros sabemos que á Moisés habló Dios: mas éste no sabemos de dónde es (Juan 9:28-29).

Ellos veían a Jesús como una amenaza al sistema judío que ellos controlaban y manipulaban. Lo controlaban mediante un sofisticado moralismo fundamentado en la ley de Moisés. Ellos se creían los guardianes de la ley. Para toda situación tenían un pronunciamiento moral, ético, y fundamentado sobre los Diez Mandamientos. Ellos criticaban a Jesús, porque Jesús no hablaba ni se comportaba de una manera acorde con sus prácticas discriminatorias que rechazaban al pecado y pecador por igual. Sostenían la observancia del sábado como la señal del pueblo de Israel, y rigurosamente denunciaban al que quebrantaba el sábado. Ellos de ninguna manera identificaban a Jesús de Nazareth con Moisés, y mucho menos como el Mesías. Veían a Jesús como rebelde y revolucionario que presentaba una justicia mayor a la ley de Moisés que ellos tanto defendían.

Sin embargo, hoy las cosas han cambiado. Dentro de la iglesia cristiana también existe un Cristo identificado con Moisés el Moralista.

Este es el Cristo de la iglesia cristiana que se distingue por sus grandes enunciados moralistas. Estas iglesias – sin distinción de nombres – se conocen por su pronunciamientos éticos que proponen alcanzar toda acción humana privada y social. De tal modo que en algunos países se conoce el cristianismo hoy solamente por sus grandes posiciones morales que objetan y protestan ante todo: desde la investigación del uso de las células madres hasta la categórica condena del homosexual; desde la imigración indocumentada hasta el aborto por todas las causas y razones; este Cristo fundamentalista apoya las guerras contra los países no cristianos, el uso de la fuerza y la violencia militar para proteger su patrimonio cristiano. Todo se hace en nombre de Cristo el Moralista, el nuevo Moisés. Estas posiciones cristológicas se apoyan siempre en los 10 Mandamientos interpretados diversamente, pero no obstante vigentes, regentes, y también controlados por una curia o pastorado manipulando los reglamentos a conveniencia del poderío del sistema.

Pero Cristo en ningún momento se identificó con el profeta Moisés, ni con Moisés el Caudillo, ni con Moisés el Moralista. Mas bien, según por la palabra inspirada de Jesús, “la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). La ley – todo el Torah[4] - no contenía esa dinámica que solo se encontraba en Jesús: “gracia y verdad”.

En otra ocasión el mismo Jesús resaltó en relieve el contraste entre él y Moisés.

“No os dio Moisés el pan del cielo... Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás... Mas os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis... Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna” (Juan 6:32,35,36,40).

Hay que captar el impacto de las palabras de Jesús y la razón por la que ofendían a los líderes judíos. Jesús les estaba diciendo que todo lo que Moisés les dio, no era pan de vida. Nada de lo que habían recibido de Moisés saciaba el hambre, ni la sed, y mucho menos daba vida eterna. ¡La vida eterna está en ver al Hijo y no a Moisés!

Tenemos que recordar que no estamos haciendo aquí un ex-cursus de cristología. Estamos siguiendo la enseñanza cristológica sine qua non en los labios de Jesús registrada en Mateo 16:13-23.

Sin este pasaje no podíamos entender la cristología según la enseñó Jesús.

Resumiendo hasta este momento, cuando Jesús estaba por establecer su iglesia, él preguntó, “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” (Mateo 16:13). Con esta pregunta, él estaba asumiendo el título del personaje en Daniel 7:13,14. Este personaje es el Mesías que recibe el reino y su aspecto es “como un Hijo de Hombre”.

Seguí mirando en las visiones nocturnas, y he aquí, con las nubes del cielo venía uno como un Hijo de Hombre, que se dirigió al Anciano de Días y fue presentado ante El. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran. Su dominio es un dominio eterno que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido (Daniel 7:13-14 LBLA).

La pregunta que Jesús dirige a sus discípulos no pierde valor debido a que él uso la frase “Hijo del Hombre”. Mas bien, al usar este término en la pregunta Jesús se atribuye el título mesiánico que encontramos en Daniel 7:13, con énfasis en su naturaleza humana. Pero todas las respuestas lo confundían con otros profetas, y ninguno de esos profetas había sido el Mesías.

En Mateo 16:13-15 Jesús desconoce todas las respuestas que lo confundían con otros profetas, y dirige la pregunta directamente a los discípulos, “Y vosotros, ¿quién decís que soy?”[5]

Simón Pedro había anticipado la pregunta y adelanta la respuesta: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16).

Lo sorprendente de la respuesta de Pedro estaba en reconocer que el Cristo sería un ser divino y no solamente humano. Los judíos pensaban que aunque el Mesías tendría poderes sobrenaturales no sería un ser divino, porque Dios era uno, y no podría haber más que el solo Dios de Israel.[6]

La respuesta de Pedro era radical porque superaba todo el pensamiento rabínico de su día. Declarar que el Cristo era el “Hijo del Dios viviente”, era declarar que Jesús de Nazareth en función de Mesías (el Cristo), era de la misma sustancia del Dios divino por razón de ser su Hijo. Esa manera de pensar se sobreponía a centenares de años de teología rabínica, de tradiciones, de creencias fundamentales de todas las principales corrientes del pensamiento de su día. Esa manera de pensar es la misma que necesitamos hoy para reconocer la misión cristológica de la iglesia.

Sin embargo, Jesús inmediatamente aclaró que la declaración de Pedro no venía de su pensamiento, de su investigación teológica, de su vida de oración, de su lectura del Torah, de los salmos o de los profetas, ni aun de su fe.

Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos (Mateo 16:17).

El Padre le reveló a Pedro que su Hijo era Jesús de Nazareth, y que era un ser divino, de la misma esencia del Dios único de Israel.

Pero el Padre no le reveló todo a Pedro. El Padre dejó la mayor y mejor revelación en el Hijo de quien el mismo Padre dijo, “TU TRONO, OH DIOS, ES POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS” (Hebreos 1:8). Jesús, el Hijo del Dios viviente daría la plena revelación de la identidad del Mesías, del Cristo Ungido para la salvación de los pecadores.

La cristología cristiana ha errado porque se ha detenido en la revelación de la naturaleza dual de Jesús como el Mesías: que Jesús era plenamente humano y plenamente divino.

En cuanto a la naturaleza de Jesús como el Cristo, la cristiandad ha recibido solamente la revelación del Padre, y no del Hijo tocante a la identidad de Jesús de Nazareth.

El cristianismo ha cometido el mismo error que cometió Pedro poco después que declaró – mediante revelación del Padre - que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente

Pedro se detuvo con la revelación de que Jesús, además de ser humano, también era plenamente divino. Cuando le llegó la plena revelación de lo que significaba la divinidad de Cristo, Pedro la rechazó, no la quiso recibir, y hasta reprendió a Jesús por darse a conocer en su plena naturaleza divina.

Pedro al principio no reconoció el pleno alcance de su declaración que Jesús era el Hijo del Dios viviente. No fue sino hasta después de la resurrección de Jesús, cuando Pedro acreditó que de veras había entendido cuál era la verdadera naturaleza de Jesús como el Cristo de Dios.[7]

Jesús reveló una verdad mayor tocante a la divinidad de su persona. Jesús de Nazareth, Hijo del Hombre, es el Cristus Deo Crucis. Jesús es Dios Crucificado para ser nuestro Cristo, nuestro Mesías, nuestro Redentor.

La verdadera cristología es sola y exclusivamente Cristus Deo Crucis. La única razón por la que la Persona de Cristo tiene dos naturalezas es precisamente en función de la misión mesiánica de Jesús de Nazareth: El Cristo crucificado como Hijo del Hombre es Dios mismo derramando su sangre para remisión de nuestros pecados. Es aquí precisamente cuando la cristología llega a su punto final como tema académico, y puede expresarse solamente en términos confesionales: Jesús de Nazareth, plenamente hombre y plenamente Dios murió en la cruz derramando su sangre para darme pleno perdón por todos mis pecados. Dios mismo por su magno amor, sufrió en una cruenta cruz para el perdón de mis pecados. El mismo Mesías tomó mi lugar en la cruz haciéndose pecado y en mi lugar sufrió la eterna separación de Dios a mi favor. Ese es el gran misterio del amor de Dios. Todo el estudio y el conocimiento cristológico está solamente y categóricamente al servicio de predicar a “Cristo y éste crucificado” (1 Corintios 2:2).

Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho a manos de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día... para dar su vida en rescate por muchos (Mateo 16:21; 20:28).

Es muy lindo decir que “Jesús es el divino Cristo para la salvación de la humanidad”. Pero esa declaración tiene un sentido rigurosamente Deo crucis.

Jesús aclara algo que “es necesario” que se cumpla en su misión como el Cristo, el Mesías: su muerte en la cruz “para dar su vida en rescate por muchos”.

“Es necesario” que la cristología de la naturaleza humana y divina de Cristo se entienda a la luz de la cruz en la cual el Cristo murió en expiación por los pecados y el pecado de la humanidad.

CRISTUS DEO CRUCIS: LA PIEDRA ANGULAR DE LA IGLESIA DE CRISTO

Cuando Pedro declaró en respuesta a la pregunta de Jesús, “Y vosotros, ¿quién decís que soy?”, Jesús respondió,

Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos (Mateo 16:18-19).

Este texto se ha polemizado a lo largo de la historia de la iglesia cristiana. La polémica ha sido en torno a la naturaleza de Pedro como líder de la iglesia.

Pero este texto no tiene que ver con la naturaleza de Pedro.

Este texto tiene que ver con la naturaleza divina del Cristo, Jesús de Nazareth, ¡Hijo del Hombre, Hijo de Dios!

Este texto se ha mal interpretado como referente a Pedro. Pero el texto tiene como referente a Jesús el Cristo, el ¡Hijo del Dios viviente!

Este pasaje es parte de la respuesta a la pregunta de Cristo, “Y vosotros, ¿quién decís que soy?”. Las palabras de Jesús “Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia”, aclaran la respuesta de Pedro “Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.

Jesús no había preguntado a sus discípulos, “¿Quién dice la gente que es Pedro?” Las respuestas que habían dado los discípulos no tenían que ver con Pedro.

Ni tampoco Jesús había preguntado a los discípulos “¿Y ustedes, quién dicen es Pedro?”

Por lo tanto todo lo que Jesús dice tocante a Pedro es para aclarar la respuesta que diera Pedro tocante a su divinidad.

La Roca no puede ser Pedro porque Pedro está por cometer uno de los peores errores en la cristología cristiana que como veremos en breve, se repite hasta hoy. Si Pedro fuera la roca de la iglesia cristiana, la iglesia cristiana estaría construida sobre la arena. Efectivamente, muchas de las iglesias cristianas han decidido construirse sobre Pedro en vez del Cristo, el Hijo del Dios viviente. El resultado es que no tienen nada más que ofrecer que arena, y arena movediza. Pero nos estamos adelantando a nuestro tema.

La Roca es la declaración que Pedro ha hecho tocante a la naturaleza de Jesús: Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

Tan fuerte y segura es esa Roca que “las puertas del Hades” – de la muerte eterna – “no prevalecerán contra la iglesia”. Pedro ni con su vida ni con su muerte hizo cosa alguna que pudiera dar tal garantía. Jesús está hablando de la fuerza de su propia Persona como el Cristo, el éxito de su misión será tal que las puertas de la muerte eterna aunque se abrirán para engañar hasta los escogidos como las puertas de la vida, no prevalecerán contra la iglesia.

Pero, ¿que significan las palabras de Cristo a Pedro, “Y á ti daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que ligares en la tierra será ligado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”?

En el incidente que sigue Cristo aclara el significado de la declaración de Pedro: “Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Igualmente aclara el significado de las palabras a Pedro que se le darían las llaves del reino de los cielos y que lo que fuere ligado o atado en la tierra sería atado en los cielos, y lo desligado en la tierra quedaría desligado en los cielos.

Desde aquel tiempo comenzó Jesús á declarar á sus discípulos que le era necesario ir á Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, y de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Y Pedro, tomándolo aparte, comenzó á reprenderle, diciendo: Señor, ten compasión de ti: en ninguna manera esto te acontezca. Entonces él, volviéndose, dijo á Pedro: Quítate de delante de mí, Satanás; me eres escándalo; porque no entiendes lo que es de Dios sino lo que es de los hombres. (Mateo 16:13-23).

Las claves para entender la misión cristológica de Jesús, y las palabras dichas a Pedro referentes a las llaves del reino y de atar y desatar, están en este incidente.

La primera clave está en la pequeña palabra griega “dei” que en español se traduce “es necesario”. En las lenguas modernas (inglés, español, francés, italiano) existe un adjetivo muy práctico para expresar lo imprescindible: “necesario”.

Pero no es así en el griego. Para decir que uno está comprometido a cierta obra, o que le es imprescindible hacer algo, o estar en algún lugar, sencillamente se usa un derivado del verbo “atar” o “ligar”. Uno está atado a realizar cierta misión, o está ligado a cumplir con cierto compromiso. El sentido de obligación sin escapatoria viene del verbo “atar”. En otras palabras, que uno está atado o ligado a tal o cual función. El verbo “atar” se podía usar literalmente o figurativamente, pero tal cual fuera el caso, significaba un compromiso o una situación ineludible. [8]

Cuando Pedro le dice a Jesús que él es “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, Jesús pasa a aclararle el significado de esa declaración. Jesús le decía a Pedro, Tu declaración que yo soy el Mesías prometido significa que como el Cristo ¡estoy atado a la obra de salvación y libraré esa batalla a favor de todo pecador en la cruz!

La divinidad de Cristo, la cual reconoció Pedro, está ineludiblemente atada a la cruz. Así también su humanidad está ligada a llevar los pecados de todo pecador en la cruz. La cristología está inquebrantablemente atada a su sacrificio en la cruz ¡para rescatar a la humanidad del pecado y sus eternas consecuencias! ¡En la cruz, la cristología, la soteriología, y la eclesiología se encuentran en un ósculo santo que define la salvación de la humanidad!

Desde ese entonces Jesús anunció su muerte – a partir de ser declarado el divino Mesías Ungido – tres veces. A la tercera, aclaró aun más su misión de Mesías, “el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28). De hecho, cuando Jesús aclaró su misión de ir a la cruz como el Cristo, el Hijo del Dios viviente, les advirtió que “a nadie dijeran que Él era el Cristo” (Mateo 16:20). ¿Por qué esta advertencia? Porque pudieran haber ofrecido obstáculo en su camino hacia el Calvario y la cruz. “Era necesario” que él como el Cristo de Dios, derramara su sangre en rescate de todo pecador.

Jesús dio toda su vida, su vida y su muerte en rescate. La totalidad de su vida. Vida por vida, muerte por muerte. Algunos piensan que solo la muerte de Cristo es sustitutiva. Toda la Persona de Cristo, en su vida y en su muerte se da en rescate. Se pide su vida y se pide su muerte. Todo el ser de Cristo, incluyendo su divinidad toma el lugar de todo pecador. La vida del perfecto amor de Cristo Jesús por la vida de concupiscencia de todo pecador; su muerte habiendo sido hecho pecado sustituyendo la merecida muerte de todo pecador. Así como la naturaleza dual de Cristo es indivisible, así también su sustitución a favor del pecador es indivisible. La Persona de Cristo es una unidad en su naturaleza, así también como en su función como nuestro Redentor y Suplente. No podemos dividir su naturaleza humana de su divina. Tampoco podemos dividir su sustitución a favor del pecador solamente en la muerte. Su sustitución es también en su vida de obediencia a nuestro favor. Cristo en la totalidad de su vida de perfecto amor y su muerte de amor por los pecadores, es nuestro Sustituto y Redentor.

Jesucristo, el Hijo del Dios viviente, es el Hombre fuerte que entra a la casa del valiente, y le saquea su poderío, su poderío de la muerte, para “librar a los que por el temor de la muerte estaban por toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:15).

Debido a que Jesucristo en la cruz despojó al diablo de su poderío sobre el pecado y la muerte, que las puertas del Hades, las puertas de la muerte eterna, no pueden prevalecer contra la iglesia. Para los que creen en Jesucristo, el Jesús Mesías Ungido, Hijo del Dios viviente, la muerte como castigo del pecado no puede prevalecer contra ellos. Y ellos son su iglesia. Los redimidos por su sangre son su iglesia. Su iglesia son los que “han lavado sus vestiduras y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Apocalipsis 7:14).

Las llaves que Cristo pone en mano de Pedro son las llaves del conocimiento de lo que significa la Persona de Cristo, lo que Jesús hará como el Cristo del Dios viviente para dar salvación a Israel y a los gentiles. Pero Pedro tendrá que aprender ese conocimiento con su propio sufrimiento, chasco y desengaño al conocerse a sí mismo como una muy pequeña piedra en contraste con la Roca que es Cristo, el Hijo del Dios viviente, el que iría a la cruz en su lugar.[9] Pero Pedro no pudo recibir estas llaves sino hasta después de la resurrección de Jesús, el día de Pentecostés.

De igual manera, la cristología Cristus Deo Crucis explica lo que significa atar en la tierra y en el cielo y desatar en la tierra y en el cielo. Puesto que Cristo como Mesías en su Persona estaba atado a ir a la cruz para dar su vida en rescate por muchos, la predicación de la cruz es aquello mismo que ata en la tierra y en el cielo. Al mismo tiempo que los que creen en el Cristo crucificado son atados con Cristo para vida eterna, de la misma manera son desatados o desligados del poder de la muerte eterna sobre ellos. “Todo lo que ligares en la tierra será ligado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”. Todo aquel que quede atado a Cristo mediante la fe en su sangre derramada en la cruz, quedará ligado a Cristo eternamente en los cielos. Todo aquel que mediante la predicación del evangelio quede desatado de la condenación del pecado, su condenación en los cielos también quedará desligada. “Así que ahora, ninguna condenación hay para los que están en el Ungido, Jesús” (Romanos 8:1).

De tal modo que la cristología dual de Jesucristo tiene una dinámica enteramente Deo Crucis, pues “sin derramamiento de sangre, no hay remisión” de pecados (Hebreos 9:22).

De ser de otra manera, la cristología de la naturaleza dual de Jesús se presta para mucha confusión, la misma confusión que existe en la iglesia cristiana hoy.

Las iglesias que entienden la naturaleza de Jesús solamente en su naturaleza dual de pleno hombre y pleno Dios sin entender la naturaleza Deo Crucis de Cristo, enseñan un plan de salvación fundamentado en un misticismo en el cual el ser humano se salva mediante la comunión con ese ser divino. Esta predicación y enseñanza tiene un son maravilloso, es alucinante, atractivo, es como el cantar de las sirenas. En esta cristología la salvación se obtiene mediante la amistad con Cristo, mediante el alcance de una inquebrantable comunión con Dios, en la que el creyente se compenetra en la misma naturaleza divina, y la naturaleza humana del pecador queda prendida con la naturaleza divina, y por lo tanto Dios puede confiar que el pecador puede ser salvo porque ha alcanzado tan alto grado de compenetración con la divinidad de Cristo. A final de cuentas quien da la garantía es el pecador con su misticismo en la cual su voluntad se fusiona y se pierde en la divina. Pero en esta cristología no hay sacrificio del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, no hay derramamiento de sangre para remisión de pecados. Dios no se presenta en Cristo, el Hijo de Dios, para dar su vida en rescate por el pecador. En esta cristología, las “mejores promesas” no son las del Cristo crucificado cumpliendo el pacto a favor del pecador. En esta cristología las “mejores promesas” son las del devoto consagrado a perderse en la inmensurable Persona del Cristo humano-divino. Esta es una cristología muy atractiva, muy hipnotizante, y muy errada. Toda cristología sin la sangre de Cristo es la de un falso Cristo, dada por falsos profetas. De hecho es la marca 666 del anti-cristo, pues en todo pareciera presentar un Cristo verdadero. Pero “Una cosa le falta”: la “sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha, la sangre de Cristo” (1 Pedro 1:19). El apóstol Juan, enseñó que el amor de Dios consiste no en que nosotros amamos a Dios sino que Dios nos amó enviando su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Fue en ese contexto de la propiciación por medio de la sangre de Cristo, en que el mismo apóstol también advirtió:

Amados, no crean a todo espíritu, sino prueben los espíritus para ver si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido al mundo. En esto ustedes conocen el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios. Y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios, y éste es el espíritu del anticristo, del cual ustedes han oído que viene, y que ahora ya está en el mundo (1 Juan 4:1-3).

Es por eso que la cristología tiene que ser radical y categóricamente Deo crucis, la cristología del Dios crucificado, para ¡la salvación plena y eficaz del pecador!

Es sobre este Cristo donde Dios establece, construye, y hace crecer su iglesia. Esta cristología es la gran piedra en donde Cristo fundamenta su iglesia. ¡Todo lo demás son Pedros! Y para muchos esta piedra fundamental es también la piedra de tropiezo, porque la sangre de Cristo es ofensa para el judaizante y locura para los gentiles.

La reacción de los muchos Pedros de la iglesia cristiana a la cristología Deo crucis, es igual a la de Pedro cuando Cristo aclaró su misión de ser el Cristo crucificado.

Y tomándole aparte, Pedro comenzó a reprenderle, diciendo: ¡No lo permita Dios, Señor! Eso nunca te acontecerá (Mateo 16:22).

“¡No lo permita Dios, Señor! Dénos cualquier cristología, menos la cristología de la cruz!” “Dénos a Juan el Bautista, a Elías, a Jeremías, a Moisés, hasta la cristología de la doble naturaleza de Cristo, pero ¡no nos ofenda con la idea que se tuvo que derramar sangre divina para el perdón de nuestros pecados!” “No lo permita Dios, Señor, que nos estés enseñando un modelo tan primitivo de la expiación como el derramamiento de sangre en una cruz”. “Tal enseñanza está bien para la mente primitiva, pero para el hombre moderno y post-moderno es una ¡ofensa a su sofisticación, educación, e inteligencia!” “¡No lo permita Dios, Señor! Dénos el mensaje histórico de nuestros padres, dénos creencias particulares que hagan resaltar nuestros distintivos especiales, pero no nos des la cristología de la cruz!” “¡Dénos profecías, lenguas, dones espirituales, pero no insistas en el mensaje de la cruz!”

Pero para todos los que tropiezan con la cristología de la cruz, Cristo tiene una advertencia e invitación:

Pero volviéndose El, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres piedra de tropiezo; porque no estás pensando en las cosas de Dios, sino en las de los hombres (Mateo 16:23).

La palabra de Cristo para todas las demás cristologías es que se retiren y dejen de estorbar la obra de Cristo el Mesías de Dios derramando su sangre para el perdón de todo pecador. La obra de Satanás es precisamente oponerse a la cruz, puesto que allí se quebrantó su dominio de pecado. En la cruz, al derramar su sangre el Cristo de Dios destituyó los poderes de Satanás “para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es á saber, al diablo” (Hebreos 2:14). La vitalidad eterna de la sangre de Cristo estaba escrita en la misma ley de Moisés anunciando su sacrificio, “Porque la vida de la carne está en la sangre, y yo os la he dado sobre el altar para hacer expiación por vuestras almas; porque es la sangre, por razón de la vida, la que hace expiación" (Levítico 17:11).

Esta es la cristología SOLO CRISTUS DEO CRUCIS.

Todas las otras cristologías es pensar de acuerdo a los hombres.

La cristología Deo crucis es pensar “en las cosas de Dios”, en que su Cristo, su Hijo en quien él tiene complacencia, es el Cordero inmolado desde antes de la fundación del mundo.

¿Cuál es el verdadero Cristo de la iglesia cristiana? Solo Cristus Deo Crucis. La verdadera iglesia cristiana no se define a partir de sus características, sino de su Cristo. Si su Cristo es el verdadero Cristo, será la iglesia verdadera. Si su Cristo es un pseudo-Cristo, será una pseudo-iglesia. A final de cuentas, la pregunta ¿cuál es la verdadera iglesia?, tiene una respuesta categóricamente cristológica.

Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y mostrarán señales y prodigios a fin de extraviar, de ser posible, a los escogidos” (Marcos13:22).

Solo Cristus Deo Crucis. Sobre esta Roca Cristo estableció su iglesia. “Id por todo el mundo; predicad el evangelio á toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:15-16). “Si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9).

Y él les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliesen todas las cosas que están escritas de mí en la ley de Moisés, y en los profetas, y en los salmos. Entonces les abrió el sentido, para que entendiesen las Escrituras; Y díjoles: Así está escrito, y así fué necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; Y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las naciones, comenzando de Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas (Lucas 24:44-48).

¡Alabado y glorificado sea para siempre el bendito nombre del Señor Jesús, el Cordero de Dios inmolado por nosotros desde la fundación del mundo, amén!

Haroldo Camacho, pastor del evangelio de Jesucristo

Palm Springs, CA 92264

24 de Agosto de 2007

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[1] El clamor de Cristo en la cruz al dar su vida en expiación por nuestros pecados fue: “Consumado es” (Juan 19:30).

[2] Véase Mateo 11:16-19 en donde Jesús mas bien apuntó a las radicales diferencias de su mensaje al mensaje de Juan. “Mas ¿á quién compararé esta generación? Es semejante á los muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces á sus compañeros, Y dicen: Os tañimos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores. Mas la sabiduría es justificada por sus hijos” (Mateo 11:16-19).

[3] A pesar que Juan anunciaba al Cristo por venir, tampoco dice la Escritura de Juan que éste era la luz menor que conducía a la luz mayor. Pero de Jesús, el Verbo de Dios, la Escritura dice, “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.” No puede haber luz divina a menos que esa misma luz tenga vida en sí. Por eso solo hay y solo puede haber una sola luz, aquel quien tiene vida en sí mismo, Jesús el Cristo, el Hijo del hombre, Hijo del Dios viviente. La Escritura desconoce cualquier luz menor.

[4] Al conjunto de los cinco rollos o libros de Moisés se le llamaba “Torah”, o ley, en hebreo. El Torah, por supuesto que incluía los Diez Mandamientos.

[5] La pregunta tiene como referente a su propia persona, de tal modo que no hay duda que en el versículo anterior, él se atribuía como Mesías el título “Hijo del Hombre”.

[6] Mateo 22:41-46.

[7] Hechos 2:21-28; Hechos 3:13-26; Hechos 4:10-12; Hechos 10:34-43; 1 Pedro 2:4-9; 1 Pedro 3:18.

[8] Mateo 14:3, Mateo 16:19, Mateo 18:18, Mateo 27:2, Marcos 5:4, Marcos 6:17, Marcos 15:1, Marcos 15:7, Lucas 13:16, Juan 11:44, Juan 18:12, Juan 18:24, Hechos 9:2, Hechos 9:21, Hechos 12:6, Hechos 20:22, Hechos 21:11, Hechos 21:13, Hechos 21:33, Hechos 22:5, Hechos 22:29, Hechos 24:27, Romanos 7:2, 1 Corintios 7:27, 1 Corintios 7:39, 2 Timoteo 2:9, Apocalipsis 9:14, Apocalipsis 20:2, Mateo 13:29-30 (2), Mateo 16:19, Mateo 18:18, Mateo 22:13, Marcos 3:27, Marcos 5:3, Hechos 9:14, Hechos 21:11, Marcos 11:2,4; Colosenses 4:3, Hechos 10:11, Juan 19:40.

[9] Jesús enseña que la llave del conocimiento es la de interpretar el Antiguo Testamento a la luz de su obra como el Cristo de Dios. “"¡Ay de ustedes, intérpretes de la ley! Porque han quitado la llave del conocimiento. Ustedes mismos no entraron, y a los que estaban entrando se lo impidieron." Con las palabras que Cristo dirige a Pedro, “A ti te daré las llaves del reino de los cielos”, Jesús le encomienda a Pedro la misión de interpretar las profecías del Antiguo Testamento a la luz de la vida, muerte, y resurrección de Cristo. Pedro tomó estas llaves en sus manos el día del Pentecostés cuando osadamente predicó a Cristo interpretando el Antiguo Testamento a la luz de la pasión de Cristo.